POEMA
Poema del fuego
Hace mil años
El fuego es la fiesta del alma del
hombre; y que no quepa duda, porque
el hombre sin el fuego nunca hubiera pasado
de ser un mono listo.
Vió el fuego en las entrañas de la tierra, o en los rayos que restallan en las nubes y quiso participar, al menos, de un poco de aquel poder que tenían los dioses y los infiernos.
Y un hombre, un día, frotando dos maderos se hizo dueño de una llama.
Justamente dos minutos después de haber inventado el fuego quedó inventada por primera vez la fiesta, ya que, superado el susto y la admiración, aquel hombre rió como nunca se había reído y abrazó bailando a todos cuantos alcanzaba su mirada; y como todos juntos vieron que su fuego, su hoguera, rompía por primera vez la oscuridad, como si un trozo de sol se quedara con ellos al atardecer.
Cantaron toda la noche, saltaron y gritaron, comieron y bebieron, y folgaron; ahora ellos también tenían la chispa de los dioses y se prometían que algún día sus descendientes serían capaces de poner en el cielo más estrellas que las que caben en una noche, y muchos más colores de los que es capaz un firmamento.
Vió el fuego en las entrañas de la tierra, o en los rayos que restallan en las nubes y quiso participar, al menos, de un poco de aquel poder que tenían los dioses y los infiernos.
Y un hombre, un día, frotando dos maderos se hizo dueño de una llama.
Justamente dos minutos después de haber inventado el fuego quedó inventada por primera vez la fiesta, ya que, superado el susto y la admiración, aquel hombre rió como nunca se había reído y abrazó bailando a todos cuantos alcanzaba su mirada; y como todos juntos vieron que su fuego, su hoguera, rompía por primera vez la oscuridad, como si un trozo de sol se quedara con ellos al atardecer.
Cantaron toda la noche, saltaron y gritaron, comieron y bebieron, y folgaron; ahora ellos también tenían la chispa de los dioses y se prometían que algún día sus descendientes serían capaces de poner en el cielo más estrellas que las que caben en una noche, y muchos más colores de los que es capaz un firmamento.
PEDRO GARCÍA TRAPIELLO